viernes, 2 de enero de 2015

La locura Ruiz

De vez en cuando o de cuando en vez, según quieras mirarlo, me pregunto de dónde vendrá toda esta falta de cordura que tengo, si es toda mía o si viene de alguna parte. Y claro, uno se pone a analizar a los miembros de su propia familia y es entonces cuando te das cuenta: ¿cómo iba a ser yo diferente? Maldita genética.

El ejemplo más característico y del que realmente quiero hablaros es de mi abuela, una señora respetable con 80 años pasados (me mataría si pongo su verdadera edad... si os pregunta, yo he dicho que tiene 18, como a ella le gusta decir) a la que, si te cruzaras con ella por la calle, jamás habrías imaginado sosteniendo una navaja. Y lo sorprendente no es que lo haya hecho alguna vez, sino que se convierte en un constante en sus historias.



Mi abuelo, del que ya os he hablado en alguna entrada anterior, murió hace ya 11 años, pero mi abuela no nos ha dejado olvidarlo (como si pudiésemos) y le encanta contarnos sus historias. Supongo que es una fase más de la vida, pero mi abuela ahora se arrepiente de no haber inmortalizado sus memorias, de no haber dejado por escrito sus 1001 viajes por todo el mundo. Y aunque esto queda lejano de ser su diario de viaje, a mi me gustaría contaros alguna de sus historias. Al menos para que conozcáis la preocupante locura que asola al clan Ruiz.

Para empezar, tenéis que imaginaroosla. Mi abuela, Manolita, nació en el año 1932, por lo que se crió en medio del franquismo. Con 18 años era ya enfermera y a los 25 se casó con mi abuelo, dejó de trabajar y se dedicó a lo que toda buena señora del momento tenía que hacer: tener 6 hijos, criarlos y cuidar de su casa. Aunque hubiera querido no podía seguir trabajando de enfermera, no estando casada... Por Dios, ¿qué trabajo es ese para una mujer? ¡A cuidar de la casa se ha dicho, mujer!

Desde fuera, estoy segura de que mi abuela encajaba en esa descripción de los años 60 de la mujer perfecta. Pero si te acercabas más, la locura Ruiz se podía vislumbrar. Con 16 años creo recordar, hizo novillos para ir al cine con una de sus amigas. Estando en la sala, notó como alguien le ponía una mano en el muslo. Después de comprobar que no era su amiga la dueña de la misteriosa mano, muy calmadamente se quitó uno de los alfileres del broche que llevaba y, sin dudarlo un segundo, se lo clavó al señor de las manos largas, que estoy segura que a día de hoy aún se debe acordar de mi abuela cada vez que alguien le pregunte por esa cicatriz tan fea en el dorso de su mano.

Empezó de novios con mi abuelo cuando trabajaba de enfermera, y por mucho que le enorgullecía decirle a sus compañeras que estaba prometida con un médico, lo hacía recogerla a 2 minutos del hospital, ya que mi abuelo conducía tan mal la moto que llevaba que a mi abuela le daba vergüenza que lo vieran así. Años más tarde se demostraría que mi abuelo conducía con la misma destreza los coches, pero eso ya son historias para no dormir para otro día.

Si algo ha caracterizado a mi abuela durante todos estos años, es su capacidad para proteger a los miembros de su familia. Ponle la mano encima a cualquiera de sus familiares y tendrás a mi abuela detrás tuya el resto de tu vida. Tan es así, que estando en una cola en Disneyland Paris, mi abuela se enfadó mucho al ver a mi abuelo enfurruñado porque la señora de delante le había pisado. Tanto se enfadó que decidió chillarle a la señora (que lo más probable es que no hablara español, pero mi abuela se hacía entender en todos los idiomas) y pegarle un tortazo. Con lo que no contó mi abuela es que la señora tenía a su hijo a su lado, dispuesto a propinarle el consecuente puñetazo en la cara a mi no tan respetable abuela.

Su amor por la familia no acaba aquí ni mucho menos. Si mis tíos venían a casa llorando porque unos niños del barrio les habían robado las canicas, mi abuela no dudaba en ir a pegarles en el culo hasta que le salieran las canicas por los ojos. Si entraba un ladrón, no dudaba en dejarlo inconsciente con un jarrón y que fuera él el que estuviera deseando llamar a la policía. Si su nieta recibía una carta de felicitación de un profesor de la facultad, no dudaba en hacer 100 fotocopias y repartirlas a todo aquel que se dejase. Además. es importante cuidar de tu familia, pero también enseñarles a que se cuiden solos. Por eso, fue ella la que le regaló a mi madre una navaja, no sin antes decirle que sólo la saque para usarla.

Ah, y obviamente tampoco te vayas a meter con ella, no hay más que recordar la vez en la que un hombre, recién salido de la cárcel, llamó a su puerta para pedirle dinero, y cuando ella se negó le dijo que recordaría su cara y que la esperaría para rajarla. Tan calmada como siempre, mi abuela esperó a que el hombre llamara a la otra puerta que tiene la casa en la que vive, cogió su navaja (siempre a mano) y se la puso al hombre en el cuello en cuanto abrió la puerta.

Pero desde luego, al que siempre adoró y adora (por muchas quejas que haya dicho de él a lo largo de su vida), es a mi abuelo. A él le gustaba llevarse de sus viajes piedras y plantas (sí, yo también me acabo de dar cuenta de que esta locura familiar puede que venga de más de una rama de la familia) y solía encomendarle esta "sencilla" tarea a mi abuela. Estando en quizás Puerto Rico o Santo Domingo (lo siento, me pierdo con TANTOS sitios en los que han estado), a mi abuelo se le encaprichó una planta de la villa contigua al hotel en el que estaban, y cuando se hizo de noche mi abuela cogió un machete y se coló en la villa. Consiguió cortar la planta, pero cuando estaba yéndose encendieron las luces de la casa y mi abuela, temerosa de que fueran a ver que les había robado la planta, escondió esta detrás suya, dejando en la otra mano el machete a la vista de todos. Aún no se cómo escapó de esa.

Estas son sólo algunas de las muchísimas historias que tiene mi abuela, y quizás algún día os cuente alguna más, pero creo que por ahora os podéis ir haciendo una idea de cómo es. Lo más curioso de todo es que jamás os imaginaríais esto de esa señora que va con paso lento a desayunar todas las mañanas a la cafetería del Corte Inglés, oliendo a Chanel nº5 y ataviada con su abrigo de visón y sus perlas. Aunque también es cierto que de vez en cuando se aprecia un atisbo de esa locura que permanece remanente, como cuando un hombre en el coche que está esperando a que mi abuela se quite del medio de la calle le chilla "Señora, ¿qué se cree? ¿Que la calle es suya?", y ella tranquilamente le responde "Pues estaba pensando en comprarla, mire usted". Y suerte tuvo de que no llevara la navaja en el bolso.

Quizás esta entrada se salga un poco de la temática habitual, pero con el mal tiempo tengo algo aparcada la lomografía y llevo un tiempo sin salir mucho de casa, así que era esto o contaros mi última excursión a la cocina. Además, recientemente me han animado a escribir aunque sea unas líneas, porque es una pena tener toda esta sarta de ideas sin sentido en mi cabeza y no ponerlas por escrito, especialmente porque si mi abuela me ha enseñado algo, además de proteger a tu familia ante todo, es a no arrepentirte de no haber escrito tus memorias cuando estabas a tiempo.

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